La adaptación a los cambios: Una cuestión de actitud

El cambio es una constante en nuestras vidas; y a pesar de ello, el ser humano tiene una tendencia natural a mostrar aversión por todo aquello que comporte cambios que afecten a su zona de seguridad o lo que algunos denominan “zona de confort”. Es raro ver una persona a la que le gusten los cambios y ¡Ya no digo que los promueva!

Sin embargo, esa mentalidad resistente al cambio ayuda poco o nada a seguir creciendo profesionalmente.

El entorno en el que vivimos se caracteriza no solo por ser complicado, sino además por ser complejo. Y mientras lo primero exige resolver problemas, lo segundo, la complejidad, conlleva saber gestionar paradojas, situaciones de incertidumbre y hacer frente a un mundo en el que la ambigüedad se come a las certezas del pasado.

Muchas de las grandes empresas que alcanzaron el éxito en el pasado, terminaron desapareciendo, fruto de su incapacidad para prever el futuro y adaptarse a los cambios. Empresas que murieron por su arrogancia y mirada hacia a sí mismas, incapaces de escuchar el ritmo que marcaban sus clientes.

Una empresa cambia cuando cambian las personas. Sin embargo, cuando las inercias pesan más que la ilusión por adaptarse a entornos cambiantes, tanto los profesionales como las empresas se tornan mediocres.

Es necesario transformar la empresa en una organización con una cultura abierta a la innovación y ágil en su forma de gestionar; en la que el middle management no tenga miedo al error y sea capaz de aprender del fracaso para volver a intentarlo. Es importante cambiar la cultura del control por la cultura del esfuerzo y de un compromiso real y no impostado.

Adaptarse al cambio no está mal aunque a veces dudar o resistirse a ello, puede significar llegar demasiado tarde.

Las personas que desarrollamos nuestro trabajo en una compañía debemos mostrar una actitud de aprendiz-experto, esto es una actitud continua de aprendizaje para saber en qué somos buenos y en que tenemos que mejorar. Una actitud de aprendizaje que vaya acompañada de acciones que nos conduzcan a obtener resultados.

Cada vez son más las empresas las que demandan perfiles profesionales T-Shaped, es decir, profesionales que combinen su conocimiento experto en un área con unas habilidades trasversales que le permitan generar empatía con los clientes, colaborar en un equipo, gestionar diálogos constructivos tanto a nivel interno como con agentes externos y sobre todo ser ejemplo para los demás.

Una cultura abierta a la innovación no está tanto en quedarse en la tecnología sino, en tener una amplitud de miras, en ir mas allá.

Mientras que la autocomplacencia nos ayuda a perpetuar comportamientos del pasado, los cuales hemos transformado en hábitos y rutinas, la humildad nos prepara para sentirnos expertos aprendices y nos prepara mejor para el futuro.

La actitud es lo que distingue a un profesional de un mediocre. Para aquellos que viven anclados en la queja, en los tópicos, en el “dejà vu” para huir de la complejidad, les recomendaría leer el libro “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, donde nos cuenta su experiencia de su paso por 4 campos de concentración nazis, incluyendo el de Auschwitz.

Una de las cosas que decía era que algo que nadie puede arrebatarnos es la libertad de elegir nuestra Actitud, sean cuales sean las circunstancias que nos rodean, por difíciles, dolorosas o complejas que sean tales circunstancias.

La actitud que mostramos a los demás para cada situación es fruto de una decisión personal. Hay gente que espera que las cosas vayan bien para mostrar una actitud positiva cuando realmente mostrar una actitud positiva cuando las cosas no van tan bien, puede influir en que vayan a mejor.

Y tú, ¿Qué actitud eliges ante el cambio?

 

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