Cuando era niña, jugaba por las tardes. A veces, incluso a mediodía, entre la comida y la vuelta al cole. Teníamos clase de 10 a 13 y de 15 a 17, y nos daba tiempo a jugar todos los días. Iba contenta al colegio, preguntándome qué sería lo que aprendería aquel nuevo día. Hacía los deberes en un periquete, para poder salir a la calle cuanto antes y más que estudiar en casa, prestaba mucha atención en el cole, y hablaba con mis maestros de las cosas que ellos explicaban.
Cuando era niña, respetaba a los mayores. No era miedo, ni angustia, ni obligación; simplemente respeto. Ellos me ayudaban a crecer, me hablaban, me enseñaban cosas, me mostraban el mundo, me abrían otros imaginarios a través de los cuentos o de los juegos, me parecían fascinantes.
Cuando era niña, y no hace tanto, los niños éramos niños y los adultos, adultos. Los padres eran padres y los maestros, maestros. Se respetaban unos a otros o así lo veía yo entonces. Entre todos nos daban la oportunidad de crecer con seguridad y con amor, con libertad para elegir y con responsabilidad para asumir las consecuencias de nuestras elecciones.
Menos de treinta años me separan de aquellos días en que cursaba la Educación General Básica, y ahora, desde mi posición de maestra, me pregunto muchas veces si hemos crecido o hemos encogido en nuestro deseo de evolución.
¿Qué futuro deseamos para nuestros niños?
Menninger afirmaba: “Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”. Si nos paramos a pensar unos minutos, la esencia de esta frase, enunciada de millones de formas diferentes, ha sido repetida durante toda la historia por pedagogos, psicólogos, maestros, políticos. Ellos son nuestro futuro, el futuro de la sociedad, de la ciencia, de la industria, de la tecnología, del planeta… Si preguntásemos a cada persona, de manera individual, qué futuro desea para sí mismo y las personas que ama, probablemente la respuesta de cada individuo iría encaminada en el mismo sentido: “una sociedad más justa y con más valores”, “respeto hacia la naturaleza y los recursos naturales”, “que las personas se ayuden unas a otras”, “un mejor reparto de los recursos”, etc.
Partiendo de esta premisa, yo os pregunto: ¿qué hacemos nosotros, cada día, para alcanzar estas cosas? Si en los hogares, en las escuelas, en los parques, en las academias, en las parroquias, en las ludotecas, en todos aquellos lugares frecuentados por niños, mostrásemos a los niños cuáles son los valores que queremos que ellos tengan, en dos o tres generaciones conseguiríamos que las cosas cambiaran. Seguramente os ha venido a la cabeza una frase que circula continuamente por redes sociales: “si se enseñase a meditar a todos los niños de 8 años, en tres generaciones se habría erradicado la violencia”. Esta afirmación, que parece una utopía, se convierte en una realidad con cada niño que nace. Todo lo que le enseñamos a un niño siendo niño, crecerá con él en el tiempo, le acompañará en su camino, y será reflejado en su condición adulta. Se debe cuidar la educación, desde antes incluso de que el bebé nazca.
Ahora te preguntarás si estás haciendo las cosas de manera correcta, si eres buen padre/buena madre, buen maestro/a, buen monitor/a… Mira dentro de ti, busca en el corazón si lo que haces se corresponde con lo que sientes, si ambos se corresponden con tus acciones respecto a tus hijos, a tus alumnos, a los niños que te rodean. Si no es así, ponle solución. Como decía Gandhi: “la verdadera educación consiste en obtener lo mejor de uno mismo”, y díficilmente se lo podemos ofrecer a otros, si nosotros mismos no hemos llegado aún a ese punto del camino.
Pasito a paso se anda el camino.
¿Cuál es el primer paso? Cuando una persona se plantea tener un bebé. Si le preguntas a una mujer embarazada, a su pareja, o a quiénes esperan en un proceso de adopción, qué es lo que desean para su hijo, te dirán que para sus hijos quieren lo mejor. Aquí es donde aparece el primer error de todos: para unos lo mejor es una educación católica, o laica, un colegio bilingüe o trilingüe, actividades deportivas, academias de idiomas, escuelas de música, y un largo etcétera. Ninguno te dirá que quiere que su hijo sea feliz, porque todos dan por supuesto que lo serán.
Sin embargo, en palabras del gran filósofo Rousseau: “La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras.” Deberíamos aprender a escuchar las necesidades de los niños sin caer en que hagan lo que quieran. Deberíamos tener en cuenta que cada uno es diferente, y ayudarles, como diría Senador Pallero, a ser la mejor versión de sí mismos. Comúnmente caemos en el error de que todos sabemos qué es mejor para los demás, pero no hay mayor conocedor de sí mismo que el propio sujeto.
A los niños hay que guiarles, hay que apoyarles, darles conocimientos o la manera de acceder a ellos, acompañarles en su crecimiento, y verles volar cuando llegue el momento, esperando que parte de las enseñanzas que adquirieron de nosotros pervivan en el tiempo a través de las generaciones.
Una vez terminado el paseo, permitidme repetir algo: “cuando era niña, jugaba”. En nuestra “evolucionada” sociedad ¿Permitimos a los niños ser niños?
Felicidades por tu artículo. Soy profesora de secundaria y, en una ocasión, el orientador del colegio preguntó al claustro durante un curso de formación,¿qué queríamos conseguir de nuestros alumnos? Para mí estaba clarísimo: Que sean felices desarrollando las destrezas necesarias para poder manejarse en la sociedad sin hacer daño al resto. Creo que conseguir esto,ya es complicado por lo que implica, pero nuestros alumnos lo valoran y agradecen.
Un saludo y enhorabuena por tu trabajo.
Carmen.
Muchas gracias Carmen. Nos alegra mucho saber que somos muchos los profesionales que creemos en lo mismo. Un saludo!!
Soy Ainhoa una futura mama que espera transmitir a su hija uno de los valores mencionados con anterioridad en tu artículo el RESPETO y darte la enhorabuena por tu publicación espero que no dejes de escribir por lo menos este tipo de artículos puesto que creo que deberíamos vender menos populismo y más realismo gracias y felicidades
Gracias Ainhoa!! En todos está mejorar la educación. La clave es ir de la mano hacia el mismo objetivo. Un saludo!!
Bonita reflexión.
Gracias Elsa por invitarnos a tener presentes el rumbo de nuestra vida:la felicidad.
Si eres feliz, es más fácil conseguir objetivos.
Totalmentemente de acuerdo.No añadiría ni un punto .
Un saludo.
Gracias de nuevo!!
Un abrazo!