El arte de generar magia como formador

Quiero compartir especialmente esta entrada con todas aquellas personas que un día decidísteis hacer de la formación vuestro modo de vida, o que ésta ocupara un espacio importante en vuestros objetivos profesionales. Para todos aquellos que amáis la formación, con independencia de que os hagáis llamar profesores, formadores o instructores, a todos vosotros va dedicada esta entrada.

Hace algún tiempo, en mi blog de Distinciones, incorporaba la diferencia que existe entre Magía e Ilusionismo en el mundo de la formación. El elemento diferenciador entre uno y otro radica en donde pones el foco de atención; en tí como protagonista de lo que ocurre en el aula o en las personas que asisten a un curso.

Mientras el mago-formador decide permanecer en un segundo plano, sin olvidar que su objetivo último es conseguir generar algún cambio en la forma de pensar, sentir y actuar de los participantes, el ilusionista-formador vive más preocupado de que su imagen profesional se vea ensalzada y todo lo que hace, es por y para conseguir su preciado premio: La corona de laurel, que ya los emperadores romanos usaban cuando volvían victoriosos de sus campañas.

¿Crees que es fácil caer en ese estado de egolatría? Desde mi punto de vista, creo que sí se puede llegar a caer, si se carece de algo tan fundamental como es la autocrítica. De la misma manera que el esclavo que sostenía la corona del emperador romano, le repetía al oído: “Recuerda que eres mortal”; los formadores de vez en cuando deberían decirse la siguiente frase: “Recuerda que tú también te equivocas”.

El formador no es un bufón o un animador, palabra esta última que he escuchado con bastante frecuencia unida a la de formador. Ser bufón no es para nada despectivo, era una función muy importante en la Corte de los reyes y en la actualidad denomino así a todas aquellas personas cuyo principal objetivo en el aula es conseguir que los participantes que asisten a una formación, se lo pasen bien y estén entretenidos durante el tiempo que dura el curso. Con esto tampoco quiero decir que ser formador signifique ser un tirano, o ser aburrido.

La principal diferencia entre un formador y un animador es que el primero hará lo que sea necesario para conseguir generar aprendizaje en el aula, para conseguir que el tema que se trabaje sea útil a las personas que asisten. Si eso supone subirse a una mesa o romper las hojas de un ejercicio, bienvenido sea!!! Todo dependerá de tu objetivo para con ellos. La principal resistencia de todo ser humano a la hora de aprender es declarar que no sabe y ese es el principal reto a conseguir para un formador. Los protagonistas son las personas que están frente a ti como formador, no eres tú, son ellos; el formador no es más que un medio, un recurso didáctico más que da forma e inspira el pensamiento de otros y a veces infunde aliento para no caer en el desaliento o el desánimo, aunque también habrá ocasiones en las que conviene generar cierta incomodidad con tus preguntas e ideas lanzadas al aire, porque les servirá para reflexionar.

El formador es como el alquimista que utiliza sus recursos para contribuir a generar aprendizaje; como dice Paulo Coelho en un párrafo de su libro “El Alquimista”:

“Siempre, antes de realizar un sueño, el Alma del Mundo decide comprobar todo aquello que se aprendió durante el camino. Hace ésto no porque sea mala, sino para que podamos, junto con nuestro sueño, conquistar también las lecciones que aprendimos mientras íbamos hacia él. Es el momento en el que la mayor parte de las personas desiste. Es lo que llamamos, en el lenguaje del desierto, morir de sed cuando las palmeras ya aparecieron en el horizonte.

Una búsqueda comienza siempre con la Suerte del Principiante. Y termina con la Prueba del Conquistador”.

Eso, amigos míos, es lo que para mí es ser un buen formador y La magia está reservada para corazones generosos.

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